La cara del Covit vista de cerca

En Pocas Palabras

Ahora la enfermedad del coronavirus ha dejado de ser una advertencia y una referencia informativa para reflejarse en nombres y rostros de familiares y amigos. Hablar del número de contagiados cambió de ocasionarnos asombro y consternación a producirnos hoy en día una angustia muy cercana y un dolor palpable. Porque ya no son cifras impresionantes pero intangibles, son seres queridos, caras conocidas, colegas, vecinos, personas pues, de carne y hueso que no queremos perder.
Y a esa enorme tristeza se agrega otra igual de penosa, es la de mirar a nuestro alrededor cómo se desocupan viviendas, cómo se cierran negocios, cómo se multiplican los rostros afligidos por falta de un ingreso económico.
No sé si recuerden cuando les platiqué que hasta donde vivo me llegaba el olor a caramelo de una pequeña fábrica de palanquetas de cacahuate. Pues el fin de semana ya no llegó ese delicioso aroma y el lunes vimos cómo desmontaban las láminas y levantaban las mesas en las que antes trabajaban. Mi esposo y yo nos acercamos a la reja de la casa y saludamos de lejos al jefe de familia. Con su cara triste contestó el saludo y nos dijo que ya no podía seguir con el negocio porque se le cayeron las ventas y tampoco le alcanzaba para pagar la renta de la vivienda.
Atareado en recoger sus pertenencias y con la ayuda de otra persona, desmantelaba resignado su dulcería artesanal.
Nosotros, desde la reja, sentimos un nudo en la garganta mientras le tratábamos de dar ánimos, ofrecer la poca ayuda que podíamos ante las circunstancias y desearle fortaleza y confianza en que saldrá adelante siendo una familia tan trabajadora.
Y es de esa fortaleza que todos tenemos que echar mano para que el ánimo no decaiga y seamos capaces de revertir el daño en salud y económico que esta pandemia nos está causando y para la que no hay plazos ni soluciones mágicas, pero sí voluntad.
Tenemos que hacerlo responsable y solidariamente ciudadanía y autoridades.

Hasta pronto.